viernes, noviembre 24, 2006

Amloismo y fecalismo

jueves, 23 de noviembre de 2006
Por Juan José Morales.

Escrutinio.

Fox, Calderón, el PAN, El Yunque y los grandes empresarios habían confundido sus deseos con realidades. Creían que una vez levantado el plantón en el Paseo de la Reforma las protestas por el fraude electoral irían menguando, la convocatoria de la Convención Nacional Democrática para declarar a López Obrador presidente legítimo no tendría mayor eco y que el acto del 20 de noviembre en el Zócalo sería un fracaso.

Pero una vez más la gran plaza se colmó de gente, lo cual demuestra que el movimiento social sigue vivo y que AMLO no es un pobre chiflado que se cree presidente.

Si fuera un personaje caricaturesco como se pretende hacer creer, no habría congregado a esa muchedumbre, que no era de acarreados como en las tradicionales concentraciones priístas, sino de personas que acudieron voluntariamente, movilizándose por propia cuenta y pagando por su transporte -incluso en autobuses fletados especialmente-, a las que nadie regalaba camisetas, gorras, globos o sombreros, sino que las compraban.

Hasta las banderolas y gallardetes que enarbolaban fueron costeadas por ellas. Es algo nunca visto en México: un gran movimiento político sostenido financieramente por los propios ciudadanos.

Y es que -como atinadamente señaló el obispo de Saltillo, Raúl Vera López, la asunción de López Obrador como presidente legítimo es producto de un reclamo social y no de un capricho personal.

"Es -dijo el prelado- producto de una inconformidad más profunda de buena parte del pueblo mexicano de cómo se ha conducido al país".

López Obrador -hay que subrayarlo- viajó de su domicilio hacia el Zócalo en un automóvil particular común y corriente. Al llegar a la estación Pino Suárez del Metro siguió a pie, por el pasaje subterráneo de casi un kilómetro que utiliza la gente común y corriente todos los días, y terminada la ceremonia, ya con la banda tricolor terciada al pecho, volvió nuevamente caminando, en contacto directo con miles de personas que lo ovacionaban y saludaban.

Por contraste, no muy lejos de ahí, en el Palacio Legislativo, los 1,500 policías federales que desde hace días mantienen ocupado el recinto se afanaban levantando en torno a él un sólido muro de acero de tres metros de altura y vallas de contención que -con apoyo de tanquetas y otros miles de gendarmes y soldados- el primero de diciembre servirán para mantener a Felipe Calderón -que llegará en helicóptero- totalmente aislado de la gente y de las protestas populares.

López Obrador, por lo demás, no solamente llena plazas, sino que sigue marcando rumbos y determinando la agenda política del país.

No fue casual que -contra todos los precedentes- Calderón se apresurara a anunciar los primeros nombramientos de su gabinete el 21 de noviembre, diez días antes de su toma de posesión, ni que lo hiciera -también insólitamente- a las ocho de la mañana al estilo de las famosas conferencias de prensa tempraneras de AMLO, imitadas después por el vocero presidencial Rubén Aguilar y -con mucho menos fortuna- por los diputados del PAN en la Asamblea Legislativa del DF.

Trataba así de evitar que -a pesar del boicot informativo- el acto del Zócalo fuera la noticia más destacada en los noticiarios matutinos de la televisión. Calderón necesitaba, desesperadamente, aparecer en la pantalla chica para competir con López Obrador.

También, mientras Calderón no ha logrado esbozar un proyecto de gobierno coherente, sino sólo se ha limitado a generalidades y vaguedades -como la de mano dura contra la delincuencia-, o a plagiar descaradamente ideas como la pensión universal para los ancianos, López Obrador ha delineado una serie de propuestas concretas y específicas en su programa de acción de 20 puntos presentado ayer en el Zócalo, y de los cuales hablaremos en futuras colaboraciones.Ciertamente, hay grandes diferencias entre el amloismo y el fecalismo.